lunes, 27 de octubre de 2014

Capítulo I.

Me abotoné aquella camisa pero dejando dos botones abiertos y suspiré.
Hoy era el día de la ceremonia de los 75 años del orfanato donde había asistido. Miré la mesita de noche dónde se posaba una foto mía cuando estaba allí con lo que había sido mi mejor amiga, Maya. Ahora ya no sabía nada de ella pero no importaba. Yo había cambiado, y para bien. Ya no era aquel muchacho tan delgado porque ahora hacía deporte dejando a ver unos buenos músculos aunque había crecido varios centímetros, apunto de rozar el 1’90.
Me sentía seguro y pues eso, había cambiado.
Cerré la puerta de casa para dirigirme al garaje donde se encontraba aparcado mi coche. Era un Volvo, me había costado tiempo y trabajo, pero lo había conseguido. Había conseguido tener el coche que siempre había soñado. Era un gris claro, bastante simple pero no quería llamar mucho la atención. Metí las llaves y arranqué. A mi memoria llegaban los recuerdos de aquella chica tan peculiar. ¿Tal vez volvería a verla? Giré a la izquierda pasado un rato. Ya podía ver aquel edificio que me traía tantos recuerdos… Aunque lo había intentado, se me hacía difícil sacarme de la cabeza aquel día en el que… No. No debía pensar en ello. Volvió a ser una simple coincidencia.


Aparqué el coche en un parking cerca del orfanato y me dirigí caminando hacia éste. Veía personas de todas las edades acercarse a él y yo simplemente era otra persona que se unía a la misma dirección. Pero no había ningún rastro de aquella chica, ¿Maya era su nombre? Sí, era ese. Entré por la puerta de hierro, que se había oxidado muy poco pero era notable.

Entré al edificio y fui hacía la sala de actos, desde el pasillo se escuchaba a la gente hablar y no me extrañaba. Estábamos casi todos los desgraciados que no teníamos familia, pero bueno.

Entré y me senté en una silla, no tenía ganas de beber y tanta gente allí me empezaba a marear. Busqué el inhalador y lo cogí con fuerza por si acaso.
La gente comenzaba a sentarse también en aquel lugar.
Al entrar una señora de unos sesenta años un poco subida de peso y pelo canoso recogido en un moño ,el murmullo fue bajando poco a poco. Se aclaró la voz, haciendo que todos dirigiéramos nuestra atención exclusivamente hacia ella.
- Buenos días. - Comenzó lo que posiblemente sería un gran discurso. - Me alegro de tenerles a todos ustedes aquí de nuevo. Hoy nos hemos reunido antiguos huérfanos y los actuales, con motivo de la celebración del 75º aniversario de éste orfanato. - Se escucharon algunos aplausos no demasiado fuertes. Me recosté en la silla, intentando ponerme más cómodo.

Aunque no me ayudaba mucho, esa señora me estaba recordando la pésima vida que tenía y que había crecido sin amor familiar. Si no fuera porque tengo uso de razón le habría tirado el inhalador hace tiempo.

-Y para ello, hemos decidido en nombre de todos que antiguos huérfanos decidan dar su opinión sobre el centro. -dijo sonriendo- ¿Alguien quiere dar la suya?

Hubo un gran silencio y por mi parte no diría nada ya que hablar en público no era lo mío, hasta que divisé que alguien levantaba la mano. La señora que estaba al podio le hizo una seña para que esa persona se levantara y no fue hasta que mis ojos enfocaron aquella figura femenina que la reconocí. Maya.

Sabía que mi boca estaba a punto de caerse al suelo y por si acaso me sostuve esta con la mano que me quedaba libre hasta que me recompuse de mi asombro.

Llevaba un vestido azul dejando a ver su buen cuerpo, además de que era una de las pocas veces que llevaba el pelo suelto y estaba preciosa, o más que ello.

-Bien…- dijo tocando el micrófono por donde hablaba la señora mientras sonreía divertida, hacía mucho que no escuchaba su voz e incluso sonaba más dulce que antes- Probando...Un, dos, tres…- dijo dando palmaditas a este, cuando se dio cuenta de que aquella señora la fulminaba con la mirada dejó de sonreír- ¿Qué pasa? Siempre había querido decir eso- dijo encogiéndose de hombros- Bien, aunque si antes de nacer pudiera haber decidido que estilo de vida quería tener, no habría sido estar hasta los dieciocho encerrada en un orfanato, pero que se le puede hacer- Suspiró- Aunque el centro ha sido muy bueno en sí, no he sentido la felicidad total, siempre había querido tener unos padres, y cuando estaba a punto de conseguirlos. Bueno, ya sabéis el resto de la historia. Lo que le faltaría a este sitio de niños infelices es que promocionaran al centro, al menos podrían tener más suerte que yo- dijo forzando una sonrisa- Así que no me enrollo más y que el centro es muy bueno y todos estos halagos pero lo que mas me gusto de estar aquí fue conseguir una amistad, no se si habrás venido Scott pero te recordaré para siempre- Bajó del podio y se volvió a sentar en su sitio.

Se me hizo un nudo en la garganta. Ella aún me recordaba… Nunca lo hubiera podido imaginar. Pronto, algún que otro alzó la mano para dar su punto de vista. Al finalizar, la gente salió de la sala bostezando. Para mí el comienzo supuso un gran aburrimiento. Pero todo eso cambió después de verla a ella. No fui capaz de quitarle la vista de encima desde que se sentó.
Vi como salía por aquella puerta. Suspiré y tragué saliva. Maya…
Reaccioné como pude y salí el último. Fuera del orfanato estaban dando una especie de fiesta, con refrescos, comida y poco más. La mayoría de las personas que estaban allí hablaban entre ellos. Varios chicos conversaban con Maya animadamente, aunque ésta no les prestaba mucha atención. Fue en ese momento cuando su mirada se topó con la mía. Su rostro, incrédulo, estaba totalmente centrado en mí. Pasó de largo de aquellos adolescentes con hormonas revolucionadas, caminando hacia mí.

Sostuve el inhalador y lo cogí como si mi vida dependiera de ello, ella cada vez estaba más cerca de mí y creo que mi cara en aquél momento era como si hubiera visto un unicornio porque me miró con una cara muy extraña pero rápidamente sonrió.

-Scott, ¿eres tú?- Preguntó mirándome, yo solo pude asentir- Wow, que cambio.- Dijo asombrada.

Me habría gustado decirle que ella también lo había hecho pero no era la verdad.
-Gracias- dije con una gran sonrisa y sin esperarmelo, me abrazó.
Me recordó a aquella vez, fue el primer abrazo que me dió cuando yo a ella ya le había dado muchos pero este seguía teniendo el mismo efecto que el primero.

-Te extrañé mucho, Scotty- Murmuró en mi oreja, Scotty era el apodo que me había puesto ella cuando éramos pequeños y después de tanto tiempo me sonaba raro pero viniendo de ella en un segundo ya no lo parecía.

Fui incapaz de responder. Sólo cerré los ojos y apoyé mi cabeza en su hombro con suavidad.
Finalmente, al separarnos, pude notar un pequeño brillo en su mirada… Una mezcla de ternura, cariño, melancolía y… Algo más que no supe descifrar.

Sonreí. No sabía que decir. Después de tanto tiempo separados… Se me  hacía algo raro hablarle con naturalidad.
Antes de que el silencio se hiciera más incómodo, le pregunté lo primero que se me vino a la mente.
- ¿Cómo es que aún te acuerdas de mí?
- Nunca podría olvidar a mi mejor amigo. - Respondió.

El aquél momento alguien golpeó con una cuchara pequeña una copa de cristal haciendo que todos prestáramos atención a quien lo hizo. Era la señora del podio, Maya me susurró que se trataba de la nueva directora ya que la antigua se cambió a otro orfanato porque pagaban el doble. Ni siquiera a una directora le importábamos.

-Quería deciros que este vermut ha sido en memoria de personas que fallecieron aquí: Lindsay, Jik y Adam. Estéis donde estéis quiero que sepáis que esto va dedicado a vosotros.- dijo mientras alzaba su copa de champán y se la bebía.

Sentí un nudo en el estómago, no conocía a los dos primeros muchachos pero al tercero sí. Había sido una coincidencia, ¿no? Era de locos que yo supiera que iba a morir él, tal vez, en mi interior lo deseaba ya que estaba harto de Adam y sus burlas por eso soñé con ello. Aunque, fue muy extraño que lo que yo soñé coincidiera con lo que había ocurrido.

Empecé a temblar y a marearme, la culpa me comía por dentro pero yo no le había hecho nada a aquél chico pero me sentía mal, y mucho. A lo mejor si hubiera dejado que me pegara aquel día...
- ¿Estás bien? - Preguntó Maya mirándome.
- Si… - Suspiré.
- Sabes que a mí no me engañas. - Respondió. En todo éste tiempo no había cambiado nada.
- Me encuentro un poco mal, eso es todo. - Contesté, intentando tranquilizarme.
Hizo una mueca. Pero creo que me creyó.
- Mejor… Me voy a casa. - Terminé.
- Te acompaño. - Añadió.
- No es necesario… - Susurré. Pero insistió en que si me encontraba mal no debía conducir.

Nos montamos en el coche. Ella se adelantó y tomó el asiento del conductor.
- ¿Dónde vives? - Preguntó.
- En la avenida San Pablo. No está muy lejos de aquí.
Arrancó el coche dirigiéndonos a mi casa. El lugar dónde vivía no era nada del otro mundo. Vivía en un apartamento ni muy grande ni muy pequeño, tenía lo típico de todo un apartamento, hasta habitación de invitados. Entré en el portal y subimos hasta mi hogar. El olor a lavanda aún se notaba, el día anterior había limpiado porque lo necesitaba. Entramos en la sala de estar y allí tenía mi televisión plana, que aunque fuera de segunda mano iba muy bien, dos sillones naranjas; que contra restaban con las paredes de color beis, además del parquet de madera clara. Y unas cuantas decoraciones de partes del mundo a las que nunca había ido.
Maya se sentó en el sillón, mirando el lugar.
- ¿Necesitas que te ayude con algo? - Preguntó. Negué y me senté a su lado.
De repente, algo captó mi atención en su muñeca.
- ¿Aún la tienes? - Señalé aquella pulsera de cuerda de color negro, azul y blanco.
- Si. - Dijo sonriente. Recuerdo que fue mi regalo de su decimocuarto cumpleaños. No podía salir a comprar nada ni tenía dinero, así que me las ingenié haciendo esa pulsera a base de cuerdas de esos colores. Me llevó toda una tarde acabarla, pero al entregársela le hizo mucha ilusión y se puso muy contenta. Fue uno de los pocos regalos que recibió ese día.

-Ahora vuelvo- Le dije a Maya, necesitaba recargar el inhalador ya que estos días lo estaba usando demasiado.

-Está bien- Asintió con la cabeza y me marché a mi habitación, no podía negarlo, era un viciado al GTA 5 y tenía mi habitación casi llena de posters de videojuegos a pesar de que apenas ya jugaba con ellos. Cogí de un cajón del escritorio una recarga del inhalador y dejé el que estaba vacío y los cambié.  Volví hacía el comedor, Maya se encontraba mirando todo a su alrededor y me sonrió.
- Es muy bonita tu casa.
- Gracias.
Otra vez ese silencio incómodo.
- Y… ¿qué hay de tu vida? - Pregunté.
- Pues… No gran cosa, trabajo en una tienda cerca de aquí como dependienta. ¿Y tú?
- Soy mecánico en una gasolinera, nada especial del otro mundo.
Seguimos hablando sobre nuestra situación actualmente. Al parecer vivía a tan sólo 15 minutos de mi casa. Me dió su teléfono para seguir en contacto, y seguimos conversando de cualquier cosa. El tiempo a su lado se pasaba tan rápido…
- ¿Y tienes… novio?
- No, ¿por qué? - Dijo sonriente mirándome. Me sonrojé rápidamente.
- No, por nada...
Rió suavemente.
Finalmente, la conversación tomó otros rumbos, que nada tenían que ver con la pregunta anterior.
- Vaya, se ha hecho muy tarde. - Exclamó, mirando el reloj de su móvil, en el que se visualizaban varios whatsapps que ella no contestó en ese momento.
No me había dado cuenta de que lleváramos tantas horas hablando.
- Creo que es hora de irse. - Suspiró levantándose.
- Puedes quedarte a cenar, si quieres.
- Ya había encargado cena para ésta noche, pero de todas formas gracias. ¿Otro día?
- De acuerdo. Te llamaré.
Antes de salir por la puerta, se despidió con un beso en mi mejilla. Vi como se alejaba caminando, y despidiéndose con la mano.

Maya marchó, haciendo un silencio sepulcral en todo el apartamento, mi compañero de piso se había ido de viaje por lo tanto estaba solo. Y no me gustaba nada.
Estaba acostumbrado a estar solo pero hoy me sentía como si algo malo fuera a suceder.
Ignoré mi mal presentimiento y me fui a mi habitación, dejando la ropa tirada por allí así que la recogería mañana. Me quedé en boxers y me fui al baño, miré mi rostro en el espejo, se encontraba cansado y con ello yo también. Me lavé los dientes y me fui directo a la cama, no tenía hambre pero si mucho sueño.

La oscuridad me invadió...Hasta que apareció una amarillenta luz.

La nueva directora se encontraba comiendo bajo focos amarillos, se comía una hamburguesa preparada y lloraba, y mucho. A su lado se encontraba más comida basura donde sólo quedaban los restos. Seguía comiendo hasta que se acabó la hamburguesa en menos de un minuto. Cogió la tarrina de helado que tenía al lado y la empezó a devorar, en un momento dado, se comenzó a atragantar. Quería ayudarla pero ella no me veía y era como si yo fuera invisible para la vista de ella, se atragantaba y se acabó tirando al suelo. En cuestión de minutos dejó de intentar oprimirse el estómago y sus ojos se cerraron para siempre.

Desperté de golpe. Jadeé. No me gustaban nada esos sueños… De pronto, escuché un ruido proveniente de fuera. ¿Una ambulancia? Me asomé por el balcón. Varias vecinas corrían hacia un restaurante de comida rápida cercano. No podía ser cierto… Otra vez no…

Me temí lo peor y puse mis manos en la cabeza mientras temblaba nervioso, estaba a punto de hiperventilar y cogí el inhalador por si me quedaba sin aire. Cerré los ojos, inspiré y exhalé de forma natural sin ningún instrumento para asmáticos como yo.

Me vestí y salí fuera, esperaba que no fuera lo que estaba pensando. No era posible. Intenté ahuyentar aquella imagen de mi cabeza pero no podía.

El frío aire me impactó en la cara, era la madrugada y aún habría oscuridad si no fuera por las farolas. Me acerqué hasta aquellas señoras mayores y observé cómo hablaban en susurros nerviosas, otra corría despavorida y algunas hacían aquél papel melodramático que suelen hacer.

Seguramente era alguna de ellas que se había enfermado y me acerqué a una para comprobarlo.

-Perdona, ¿que ha sucedido?- Pregunté y justamente a la menos indicada porque cuando intentó hablar empezó a llorar.

Suspiré.

Me acerqué a un hombre que observaba la escena.
- Perdone, ¿sabe qué ha pasado? - Pregunté mirándole.
- Una señora a fallecido atragantándose, al parecer. - Respondió sin ni siquiera mirarme.
Se me heló la sangre. No… Otra vez no… Ésto no podía ser verdad. Primero los señores que iban a adoptar a Maya, después Adam y ahora la directora del orfanato...
No. No. ¡No!
Sin tan siquiera despedirme, corrí calle abajo, sin un rumbo fijo. Ésto no podía ser otra coincidencia.
Únicamente la luz de las farolas iluminaba mi carrera sin meta. ¿Y si volvía a pasar? ¿Si seguía soñando muertes volverían a ocurrir en la realidad? ¿Y si en mis sueños aparecía alguien a quién quería?... ¿Y si… soñaba con ella? No podía dejar que ésto ocurriera.
Pero, ¿que podía hacer yo?

Lo que sabía era que no podía decirle a nadie lo que yo podía ver, ni siquiera a Maya. Tenía miedo, y mucho. No quería que nadie se separara de mí, sabía que sonaba muy egoista de mi parte pero el nerviosismo que sufría no me dejaba pensar con coherencia.

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