lunes, 27 de octubre de 2014

Cuándo Juntos Somos Uno

Por esos entonces no sabía cuál era su nombre. Se hacía llamar Up, y a mí me asignó el apodo de Down.
Up no era como el resto de chicas. Siempre se veía solitaria, tal vez fuera porque no podía moverse. Así es. Ella tuvo un accidente de coche y perdió la movilidad en sus piernas. Era parecida a mí, aunque el problema no era el mismo. Mientras ella siempre tenía una sonrisa en la cara y hablaba sin preocupaciones, yo me mantenía callado. Mis padres pensaban que me había quedado mudo. Pero no era así. Podía hablar, pero no lo hacía. Sólo con Up, independientemente de que fuera tres años menor que yo. Era la única persona a la que verdaderamente apreciaba y quería.
Me sorprendió lo que ella me propuso un día mientras se mecía en el columpio.
<<Tú puedes ser mis piernas y yo seré tu voz>>. No entendía al principio lo que aquella chica decía. Pero poco a poco fui entendiéndolo. Yo movía su silla de ruedas. Ella hablaba por mí.

Era de noche. La lluvia golpeaba con fuerza el cristal de la ventana. Mi móvil sonó. Reflejaba el nombre de Up en la pantalla. Esperé a que hablara ella, cómo de costumbre. Pero nunca hubiera esperado lo que me diría mi amiga.
– D-down... h-he resbalado... N-no puedo lev-levantarme. – Susurró al otro lado del teléfono con un hilo de voz.
Mi corazón se detuvo por momentos.


– Up, ¿dónde estás? – Pregunté, intentando no parecer nervioso.
No hubo contestación. Al parecer, su móvil se había apagado. Comencé a temblar. No... Ella no...
Corrí hasta la entrada. Me coloqué una chaqueta negra y abrí la puerta con rapidez.
Maldita sea. Cerré de un portazo. Ni siquiera me preocupé de usar la llave.
Bajo la lluvia, miraba a todos lados, a esperas de poder encontrarla.
- ¡Up! - Grité con voz ronca. No estaba acostumbrado a alzar la voz.
Y continuaba. Corriendo, gritando, llamándola; sin resultado...
Pasaban las horas de búsqueda, y la oscuridad de la noche no ayudaba.
Resbalé a causa de la lluvia, que había apretado y caía con fuerza, bañando la ciudad. Se podían ver pequeños riachuelos por las calles.
Me levanté y seguí avanzando. ¿Y si no la encontraba? ¿Y si le fallaba? A mi mente llegaban las imágenes de su sonrisa... De sus ojos... De sus labios... No podía detenerme ahora.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La ví. Su silla estaba en mitad de la carretera, destrozada. Posiblemente un coche la arrolló. ¿Y ella?... Abrí los ojos de golpe. Un cuerpo humano estaba tendido en la acera. Me acerqué hasta la chica. Tenía los ojos cerrados. Su cabeza descansaba sobre sus manos. Y sus piernas... Presentaban numerosos rasguños. Debió haberse arrastrado hasta llegar a la acera. El móvil estaba a su lado, sin batería.
– Up... – Susurré, intentando despertarla. Coloqué una mano en su frente, que ardía. Posiblemente tenía fiebre. Sin seguir perdiendo tiempo, la cargué en mis brazos. Su pelo marrón oscuro con aquellas bonitas mechas rubias naturales estaba empapado de agua. Ahora no podía ver sus tiernos ojos de color miel. Respiraba con dificultad.
– Up, tranquila, te vas a recuperar. – Mi voz sonaba rota.
Caminé con ella. Se veía como una pequeña muñeca, a pesar de sus dieciséis años.
Tosió y una lágrima resbaló por su mejilla.
– Duele... – Dijo en un tono casi inaudible.
El hospital más cercano quedaba muy lejos de aquí... Sería mejor llevarla a mi casa.
Cada paso que daba, mis pies estaban más cansados. Estuve a punto de caer nuevamente.
Hice una mueca cuando ví una pandilla riendo y señalándonos. Ésto no pintaba bien.
Intenté pasar en silencio, pero fue imposible.
– Ey, ¿A dónde te la llevas? ¡Compártela! – Exclamó uno de ellos.
– Eso, aunque si te fijas, es sólo una niña, con esa no se puede disfrutar nada. – Se burló otro.
– Cállense... – Susurré bajando la mirada.
– Oh, el príncipe azul quiere defender a su chica. – Sonaron más carcajadas. Alcé la vista y vi como se acercaban.
No pasó mucho hasta que dejé a Up en el suelo y comenzó una pelea, en la que, obviamente perdía yo.
Notaba el sabor metálico de la sangre resbalando por mi cara hasta llegar a mis labios.
Recibía golpe tras golpe. Pero sólo podía pensar en ella.
– Oye, vámonos ya, sangra mucho y si la policía nos pilla estaremos en problemas. – Murmuró uno.
Para mi fortuna, sólo me dieron una patada más y se largaron.
Las gotas de agua caían junto a la sangre por toda mi cara. Me incorporé y caí de nuevo, sin fuerzas. Ví a mi amiga tirada y volví a levantarme. Ya no me importaba si me dolía todo. Ya no me importaba cuántas heridas tuviera. Ya no me importaba nada... Salvo ella. Me quité la chaqueta y envolví a la chica con la prenda.
La cargué, lanzando un bufido a causa del esfuerzo.
Debía llegar... Necesitaba llegar... Pero lo veía tan imposible.
– D-down... – Abrió un poco los ojos, mirándo mis heridas, derramó una lágrima. – Lo s-siento...
No dije nada. No podía. La pegué un poco más a mí, dándole un suave abrazo.
Un paso... Otro... Uno más...

Pude ver la puerta de mi casa. Sonreí, lo que hizo que me dolieran las comisuras de los labios.
Entré. No me molesté en encender la luz. Fui directo a mi dormitorio y la tendí en la cama. Salí, cerré con llave la puerta de la entrada y me dirigí a la cocina. Llené un recipiente de agua y hielo y cogí un trapo. Entré de nuevo al dormitorio, encendí la luz.
Sequé su cabeza un poco y le coloqué el termómetro. 39º. Y todo por haber estado tanto tiempo bajo la lluvia. Coloqué el trapo, mojado en el agua helada en su frente; en un intento de que le bajara la fiebre. Curé las heridas de sus piernas con cuidado. No me preocupé en mí. Ahora sólo me importaba ella.
Besé con ternura su mejilla y me levanté de la cama. Pero ella agarraba mi mano con suavidad.
– No te vayas... – Susurró, abriendo los ojos despacio.
– Nunca lo haré. – Contesté, volviendo a sentarme a su lado.
Ella se quedó dormida. Yo me mantuve despierto unas horas más, cambiando el trapo húmedo.
A la mañana siguiente, desperté a su lado. Mi mano aún no había soltado la suya. Le puse el termómetro. 37º. Le había bajado la fiebre. Recogí el recipiente, el trapo y todo lo que usé para curarla y lo dejé en la mesa de la cocina.
Cuando volví al dormitorio, no podía creer lo que estaba viendo. Se había levantado, sola. Estaba allí, de pie, al lado de la cama; tan asombrada como yo.
– Down... Lo hice... – Susurró.
Sonreí y me acerqué con cuidado. La abracé, envolviéndola en mis brazos, que ansiaban protegerla.
– Conseguirás andar, finalmente. – La miré, alegre.
– Tal vez... ¿Me ayudarás? – Preguntó.
Asentí.
Fue en ese momento cuándo nuestros ojos estaban fijos en los del otro.
Y sin esperar ni un segundo más, uní mis labios a los suyos lentamente, en un dulce, cálido y suave beso.





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