lunes, 15 de junio de 2015

Capítulo VII.






‘’El Mundo mata,
El Mundo muere,
y no quisiera yo darle la espalda,
tampoco suplicarle que me espere.
Y si mañana no queda más que un ángel,
y si mañana tan solo somos aire,
y si mañana nos encuentran enredados que nos dejen descansar, del mundo así.’’

Algo o alguien me agitó de un lado hacia el otro, haciéndome sobresaltar. Suspiré aliviado al ver que era Jiang Li.

— Llevas bastante rato con los ojos abiertos, tío, mirando un punto fijo. Estos días estás bastante raro, ¿te ocurre algo? — Preguntó preocupado. — Por cierto, hola.

— Tranquilo, no me pasa nada. — Mentí añadiendo una sonrisa. Al parecer, estaba despierto pero yo no lo notaba. Era… Raro. Acto seguido, estiró su brazo dándome la mano. Estreché la mía con la suya y él me tiró hacia él, ayudándome a levantarme. Bufé del dolor, volví a recordar que el brazo me dolía pero Jiang Li no se percató de ello.

— Gracias. — Me pasé la otra mano por la nuca, acordándome de lo ocurrido de antes. Observé la puerta de al lado de mi apartamento, recordando a aquella pitonisa. Intenté esquivar todos esos recuerdos. ¿De verdad no habían ocurrido?

— ¿Por qué no has entrado? — Preguntó Jiang Li mientras ponía su llave en la cerradura.

— No he podido, la llave no encajaba. Piqué a la puerta, pero al parecer no estabas. — Me encogí de hombros.

— Es que no me encontraba ahí, había ido a dar una vuelta con Ai Chan. Ya estamos preparando algunas pequeñas cosas para la boda. Estamos muy ilusionados… — Suspiró enrojeciendo sus mejillas.

— Os estáis precipitando demasiado, ¿no creéis? — Pregunté a espaldas de él.

— ¡Que va! Iremos después de la boda a varios países… Volveremos también a China, allí conoceré a su familia y yo le presentaré la mía. Todo será perfecto. — Entró en casa.

— Si tu lo dices… — Dije no muy convencido mientras le seguía. Ai Chan no me daba buena espina, estaba muy seguro de ello.

— ¿Has oído hablar de ese accidente? — Preguntó sin demasiado interés. Y supe rápidamente de lo que hablaba.

— Sí… — Me encogí de hombros, mintiendo. Le seguí hasta llegar al comedor.

Suspiré y cogí el mando del televisor. Me senté en uno de los sillones naranjas del comedor con un gesto de cansancio. Eran demasiadas experiencias, una detrás de otra sin parar. Después de acomodarme en el sillón, encendí la televisión con el mando.

Se iluminó la pantalla y acto seguido apareció el rostro de una mujer hablando. Al lado suyo una imagen… No tardé ni un segundo en deducir que era, el metro. Estaba tomada la foto en perspectiva, aparentado que era peor de lo ocurrido.  

Pasé mi mano por el pelo repetidas veces, no escuchaba lo que decía la reportera, sólo observaba fijamente la imagen y a la vez recordaba lo sucedido.

Después de unos segundos, a mi parecer interminables, en la pantalla apareció un chaval de unos veinte años. Lo reconocí enseguida, era el chico que había fallecido. Volví a centrarme en lo que decía. Las pruebas habían sido rápidas, y murió por un golpe demasiado fuerte en la cabeza. Además de que recién había sido operado de allí.

Suspiré, nadie tenía que morir de tal forma… Me dije mentalmente que no era mi culpa, sin embargo, notaba que me estaba volviendo loco.

De repente, el acontecimiento del día anterior se posó en mi mente. Aquel sueño… Aquella anciana… ¿Ella existía? Pero nada tenía sentido… Me percaté del dolor de cabeza que amenazaba mi cordura, y me limité a pensar y a creer que todo fue un sueño.
Pero, una y otra vez, todo me recordaba a la mujer. Incluso, por un momento, llegué a sentir el olor a muerte que inundaba su casa justo cuando entré.

Jiang Li me dio un vistazo rápido.
— Scott, pareces mareado. Vaya ojeras llevas… ¿Quieres ibuprofeno? — Preguntó. Yo sonreí a modo de respuesta de manera algo forzada, y me limité a negar sin pronunciar palabra.
— Voy a salir un momento, a comprobar… Si hay correo. — Escogí una mala excusa, pero él pareció creerme, pues aprobó con la cabeza la idea.
— Si han mandado la nueva revista de O’Kayto tráela, por favor. En el nº32 viene como regalo un muñequito precioso que me gustaría regalarle a Ai Chan.
Rodé los ojos de manera disimulada. — De acuerdo.

Salí sin desayunar y con el pijama puesto.
Lo primero que hice al llegar junto al buzón no fue precisamente abrirlo. Miré los apartamentos vecinos.
En el sueño… Ella… Ella entraba en la casa del Sr. Smith. Pero esa propiedad estaba deshabitada, era imposible lo que había visto. Mordí mi labio inferior y una idea descabellada se cruzó por mi mente. ¿Entrar dentro sería una buena idea?
Contemplando la posibilidad y con el corazón en un puño, volví a casa.

— ¿Y el correo? — Preguntó mi compañero de piso. Mi rostro se mostró confuso. — Anda, ve y duerme un rato más; ya voy yo.

Cansado de todo, entré en mi habitación. Lo único que necesitaba era dormir, aunque fuera para que desaparecieran mis problemas. Pero sabía que no serviría de nada, pues al caer en los brazos de Morfeo vendrían pesadillas y mis grandes temores.

Ojeé la habitación rápidamente, mientras cambiaba mi semblante. Dios Santo…¡¿Qué había ocurrido?! Papeles y objetos por los suelos, muebles movidos de lugar, cosas rotas… Era como si un huracán hubiese entrado por allí, al igual que en mi interior, pues sentía las emociones rotas y revueltas.

Supe exactamente lo que significaba, alguien había entrado allí. Pero no sabía cómo. Sentí pánico, alguien me conocía o seguía mis pasos. ¿Sería el tal X, el de los mensajes?

Empecé a ordenarlo todo, aunque no de una manera muy meticulosa. No me faltaba nada, que recordara… El dinero estaba en su lugar, las cosas electrónicas igual. Sin embargo, notaba que algo fallaba, que algo o alguien se escapaba de mi cabeza.

Recordé en ese momento algo… Pablo me había dado un papel que se supone que debía quemar. Lo había olvidado por completo. Era normal, teniendo en cuenta que con tantos acontecimientos no pensaba en nada con claridad.
Fui a la cocina, acercándome a un mueble bajo la encimera con tres cajones ordenados verticalmente. Abrí el primero, para encontrarme con cerillas, servilletas, cubiertos y algún que otro chicle. Agarré la cajita de fósforos, con la intención de prender fuego a aquella nota cuanto antes. La abrí con cuidado, la última vez todas las cerillas salieron volando y tardé un rato en recogerlas. Saqué una del interior de la caja.
Deposité el objeto en la encimera y llevé la mano a mi bolsillo derecho, buscando en él la nota. Pero no estaba. Que raro… Creía que la había dejado ahí. Rebusqué en el izquierdo, obteniendo el mismo resultado. ¿Y la nota?
Mi cuerpo se tensó por momentos y comencé a buscar por todos lados aquel papel que debía de quemar. Nada. ¿Tal vez se me cayó?
Me agaché hasta ir gateando por el suelo -gracias a Dios estaba fregado-, mirando bajo las mesas.
— Scott, ¿desde cuándo eres un gato? — Preguntó Jiang Li entrando de imprevisto en la sala.
— Desde que busco… ¡Ay! — Exclamé tras golpearme con la base de una silla mientras observaba debajo de esta.
— ¿Estás bien?
Llevé mi mano a mi cabeza acariciándola, mientras que miraba a mi amigo.
— Estoy bien… ¿Tú has cogido por casualidad un papel que llevaba en mi bolsillo?
Jiang Li dudó unos instantes.
— Que yo sepa no, no me gusta tocar tus cosas… ¿Era algo importante?
Asentí, levantándome. Entré al salón aún con una mueca de dolor por el golpe. Necesitaba encontrar ese papel y hacerlo desaparecer.





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